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AÑO 1966

No puedo recordar cómo allá por los años 60 del pasado siglo, empecé a pensar en el surf, en que las olas que llegaban a Zarauz permitían la práctica de un deporte hasta entonces prácticamente exclusivo del Pacífico. No sé si lo vi en alguna película o en alguna revista, de las pocas que llegaban a casa, en donde alguna marca usaba el surf como reclamo publicitario..

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1966

Ambré Solaire

Archivo B&B

Por aquéllas épocas se abusaba de imágenes de playas paradisíacas en carteles de líneas aéreas. Fue posiblemente por ahí, atraído desde siempre por la plástica de la ilustración y la pasión por la aviación en un tiempo en el que volar era un ejercicio de elegancia, por donde me entró el sueño del surf. Esto son meras suposiciones, tras pasar muchas horas pensando en el origen, tratando de explicar el porqué de mi deseo.

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Cuando me bañaba o cuando cogía olas con el champero, trataba de ver la sección de la ola y admirando lo que luego se llamó pared y tubo, insistía a quien me quisiera oír que allí se podía hacer surf. Nunca convencí a nadie, nadie escuchó con demasiado interés los sueños de un joven tímido y casi sin personalidad, gris y delgaducho, que tuvo que esperar años para que sus sueños se convirtieran en realidad. Por aquel tiempo, hablar de surf a alguien era esfuerzo inútil ante oídos sordos. Tuvo que pasar mucho tiempo y muchos sucesos para que la sociedad del lugar, nativa o foránea, comprendiera que aquello iba en serio y que era una posibilidad interesante. Pasaron los años mientras las olas llegaban vacías a la orilla. Días de playa con baños en bandera verde y sin saber nada de mar. Ignorancia absoluta, desconocimiento total de las leyes físicas que mueven las olas, las corrientes, las mareas y las brisas.

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En aquella época oíamos la radio, y allí sonaba Ángel Álvarez. Operador de radio en Iberia con 38.000 horas de vuelo, comenzó a volar a Nueva York en los 50 y de allí se fue trayendo una colección de LPs que posteriormente, todos escuchamos en Vuelo 605. Había vivido el desarrollo del rock y de la música norteamericana al hacer el vuelo Madrid-Nueva York. Como anécdota, comentar que las tres unidades del Super Constellation que Iberia utilizó para cruzar el Atlántico, fueron llamadas Santa María, La Pinta y La Niña. Y el primer vuelo se realizó precisamente el mismo día que Cristóbal Colón partiera del Puerto de Palos rumbo a las Américas 460 años atrás.

Ya que hablamos de música es interesante comprobar la doble dirección que toma el fenómeno, cómo en 1966 los Beach Boys se alejan del sonido surf cuando publican Pet Sounds y revolucionan la industria discográfica mundial y justo entonces, en Zarauz comienza la primera aproximación hacia el deporte del surf, hacia lo que después se ha dado en llamar la beach society y con ella, un signo de identidad de su playa, reconocido por toda la geografía.

En el verano de 1966, un luminoso día de la primera quincena de julio, apareció Carlos Pradera por Zarauz. Solía venir todos los veranos con su cochazo y su sonrisa a pasar un par de días. Pero este año apareció con una tabla de surf. Cuando lo encontré por la playa le di un abrazo, nos conocíamos de Bilbao y sentía por él una gran simpatía. Al ver su Barland me quedé anonadado, pues no sabía de nadie que hiciera surf, era la primera vez que veía una tabla y a alguien que hiciera surf.

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He dicho anonadado y quizás debiera haber dicho atontado, embrujado, estupefacto. A Carlos siempre lo admiré por su simpatía y por su facilidad para el deporte. Verlo allí, en la playa, con un tablón me desequilibró, me hizo perder las coordenadas. Era yo muy joven y no estaba acostumbrado a enfrentarme con serenidad a semejantes sorpresas, eran muchos años soñando con el surf y encontrármelo allí, frente a mí, al alcance. Le pedí que me dejara la tabla. Me respondió con su sonrisa que sí pero que saliera pronto, que tenía que poner parafina. Sin entender a qué se refería, salí disparado hacia la orilla dispuesto a vivir un momento largamente deseado.

Esa fue mi primera experiencia, naturalmente desastrosa y corta pues creo recordar que conseguí coger una ola tumbado y me caí en las otras dos espumas que intenté. No pude hacer más. Carlos me la pidió para entrar él y como era la hora de comer, me fui a casa con la ilusión rebotando por todos los rincones de mi alma.

De aquella experiencia recuerdo que me sorprendió lo horizontal que flotaba la tabla en el agua, acostumbrado a los champeros que avanzan con un ángulo de incidencia. Pero sobre todo, aquél momento hizo me comprender que sí era posible lo que había soñado, hacer surf en Zarauz.

Y ahí empezó todo.

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